
Es hora de marcharme. Me visto, cojo las llaves y me dispongo a salir a la calle, pero al pasar por delante del buzón veo un sobre que parece estar escrito a mano, con una rosa blanca al lado. Tú, sólo tú podrías ser capaz de enviarme algo así, no es necesario leer quién es el remitente, de hecho casi ni es necesario leer la carta, pues todo lo que en ella pone se corresponde con lo que yo siento, como si fueses capaz de leer mi mente y de entrar en mi corazón, de sentir lo que yo siento. ¿Cómo es posible conseguir eso? No tiene explicación, lo sé... Lo único que sé es que sólo tú lo consigues.
Con el sobre en una mano y la rosa en la otra, decido volver a casa para poder disfrutar de la carta, una carta tan bonita que sé que sólo tú podías haber escrito. Me siento en el sillón y abro el sobre, apretando la rosa contra mi pecho, como si esa fuera la manera de sentirte más cerca. Con la mano temblorosa, consigo abrir la carta, la más bonita que jamás he recibido. En cada trazo, en cada frase hay un poco de tí y un poco de mí, como si cada uno de esos trazos fuera un lazo capaz de unirnos eternamente. Podría pasarme horas y horas leyendo lo mismo, imaginándote en tu escritorio escribiendo tan preciosas palabras. De nuevo se me nubla la mente, el mundo que me rodea desaparece y vuelves a aparecer tú. Sólo tú. Algo me despierta de mi letargo, o más bien alguien, justo cuando estaba a punto de aprenderme toda la carta de memoria de tantas veces leerla. Alguien me roza el pelo por detrás, susurrándome al oído. Son las mismas palabras que las de la carta, pero esta vez más cercanas, pronunciadas por tí. Podría seguir yo misma recitándola, pero prefiero esas palabras de tu cálida voz.
Cierro los ojos siguiendo tus indicaciones, dejándome llevar igual que una hoja mecida por el viento y al instante siento el roce de tus labios con los míos, una fusión tan perfecta que sé que sólo tú podrías llevar a cabo. Estoy convencida de que nadie es capaz de amarme así. SÓLO TÚ.